Gracias a su expansión por el mar Mediterráneo y su entorno, lleva a cabo una estrategia mediante la cual fue conquistando e integrando a su sistema político, lingüístico y social a todos los pueblos y territorios que fue encontrando a su paso. En la Península Ibérica el proceso de romanización se desarrollará entre el siglo III a.C. y el siglo I a.C., variando en función de la resistencia ofrecida por las poblaciones indígenas.
Elementos como el uso del latín y la legislación romana fueron la base de la aculturación de los pueblos colonizados. Además, en cada zona anexionada se implantaba una nueva estructura social, militar, técnica, cultural, urbanística, agrícola y religiosa similar a la que había en Roma, garantizando así la cohesión del imperio.
No menos importante fue el comercio como base económica de esta potencia, el cual se desarrolló por todo el Mare Nostrum y dejó su impronta en las costas de Guardamar, donde los restos arqueológicos subacuáticos evidencian un trasiego comercial que conecta, a través de las rutas marítimas, esta zona con el resto del Mediterráneo.